Equilibrio

Una historia de fe, familia y vivencia en la cuerda floja

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By Nik Wallenda

With David Ritz

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Nik Wallenda, “Rey de la Alambre Alta,” no conoce el miedo. Como séptima generación de la legendaria familia Wallenda, creció actuando, entreteniendo y empujando los límites de la gravedad y el equilibrio.

Cuando Nik tenía cuatro años, vio un video de 1978 de su bisabuelo, Karl Wallenda, caminando entre las torres del Condado Plaza Hotel en Puerto Rico, tropezando y cayendo a su muerte debido a un aparejo inadecuado. Cuando Nik escuchó a su padre citar a su bisabuelo: “”La vida está en el cable, todo lo demás está esperando””, las palabras resonaron profundamente en su alma y se comprometió a ser un héroe como Karl Wallenda.

El equilibrio es el tema de la vida de Nik: entre su trabajo y su familia, su fe en Dios y el arte, su cuerpo y alma. Resuena de él cuando actúa y cuando nadie está mirando. Al cruzar las Cataratas del Niágara, oró en voz alta todo el tiempo, y para mantener su lujuria por la gloria y la fama bajo control, Nik regresó al lugar de su actuación al día siguiente y pasó tres horas limpiando la basura dejada por la multitud.

Nik Wallenda es un artista que quiere no solo emocionar los corazones, sino también cambiar los corazones para Cristo. Cristo es el polo de equilibrio que le impide caer.


Nik Wallenda, “King of the High Wire,” doesn’t know fear. As a seventh generation of the legendary Wallenda family, he grew up performing, entertaining, and pushing the boundaries of gravity and balance.

When Nik was four years old, he watched a video from 1978 of his great grandfather, Karl Wallenda, walking between the towers of the Condado Plaza Hotel in Puerto Rico, stumbling, and falling to his death because of faulty rigging. When Nik heard his father quote his great-grandfather-“Life is on the wire, everything else is just waiting”-the words resonated deep within his soul and he vowed to be a hero like Karl Wallenda.

Balance is the theme of Nik’s life: between his work and family, his faith in God and artistry, his body and soul. It resonates from him when performing and when no one is looking. When walking across Niagara Falls, he prayed aloud the entire time, and to keep his lust for glory and fame in check, Nik returned to the site of his performance the next day and spent three hours cleaning up trash left by the crowd.

Nik Wallenda is an entertainer who wants to not only thrill hearts, but to change hearts for Christ. Christ is the balance pole that keeps him from falling.

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Dios es el centro de mi vida.

La gracia de Dios es la pértiga de equilibrio que evita que caiga en la obsesión conmigo mismo y el autoengaño. Todo lo que yo haya conseguido, y todo lo que conseguiré, es el resultado de mi relación con Él.

Este libro es una continuación de esa relación. Invoco al Espíritu Santo para que me ayude a entender mi pasado. Necesito su profunda compasión para iluminar mi historia y la historia de mi extraordinaria familia.

De la misma forma en que Dios me inspira cada hora del día, oro para que esa misma inspiración llegue a cada página de este libro. Oro para que el milagro de su amor sin límites me toque mientras escribo, y que le toque a usted cuando lo lea.




1

Sueño

En lo primero que me fijo es en los perros. Son terriers escoceses, como Toto en El Mago de Oz, como los terriers que tienen mamá y papá de mascotas, los perros cariñosos y de pelo rizado que son parte de mi actuación de payaso. Soy un niño en este sueño, un niño pequeño que ha emprendido un viaje del cual no sabe el destino. Camino por un bosque, el cielo está despejado, el sol brilla y el aire está limpio. Los perros corren delante de mí, guiando el camino. El bosque se transforma en una jungla; hay chimpancés y pájaros exóticos posados en los árboles. Hay flores silvestres por todos lados. Oigo el sonido lejano del trompeteo de un elefante. Oigo el rugir de leones y tigres, pero no tengo miedo porque yo ya he estado alrededor de todo tipo de animales. Soy un niño de circo, con padres de circo, de los cuales he heredado una vida de circo. ¿Acaso los perros me llevan a un circo donde me pondré mi disfraz de payaso y actuaré?

Los perros corren por delante de mí, y yo corro más rápido para no quedarme atrás. La jungla se transforma en una verde pradera, y la pradera conduce a una montaña cubierta de flores silvestres azules y amarillas. Los sonidos cambian. Los gritos de las bestias se transforman en el rugido de furiosas aguas.

¿Cual es la fuente del sonido?

¿Dónde está el agua?

Corro, detrás de los perros, montaña arriba. Cuanto más rápido corro, más alta parece crecer la montaña, y el rugido de las aguas se hace más intenso. Sigo corriendo y corriendo, preguntándome si esto es una broma. ¿Es esto real? ¿Llegaré alguna vez a la cima?

Por fin llego. Me detengo para recobrar el aliento y contemplar la escena. Dispuesta delante de mí hay una maravilla natural, una espectacular catarata con forma de herradura que ocupa la anchura de todo el horizonte.

"Camina por encima de las cataratas".

Me doy la vuelta y observo al hombre que ha dicho estas palabras. Está vestido con la ancha camisa blanca y los pantalones de raso propios de un artista de circo, y su cara es amistosa. Su voz es no es severa, ni espantosa, simplemente es clara. Habla en tono realista, repitiendo las palabras una segunda vez: "Camina por encima de las cataratas".

Aunque la tarea parece imposible, la idea me emociona. Parece divertido, y quiero hacerlo. Quiero saber cómo hacerlo. Quiero saber dónde montar los postes y extender el cable de acero. Quiero que el hombre me dé instrucciones; pero precisamente en el momento en que me giro para pedir más instrucción, me despierto.

A través de los años, el sueño ha adquirido diferentes formas, pero el tema nunca cambia. No sólo se me reta a conseguir lo imposible, sino que las dimensiones de los retos crecen. Pronto me doy cuenta de que el hombre que suele aparecer en mi imaginación, despierto o dormido, es Karl Wallenda, el gran patriarca de la familia Wallenda. Él es el hombre que se precipitó hacia su muerte desde la cuerda floja en Puerto Rico, el 22 de mayo de 1978, diez meses antes de mi nacimiento el 24 de enero de 1979. Él es el hombre que entró en mis sueños desde muy temprana edad y ha permanecido ahí desde entonces. También es el hombre que es el abuelo de mi madre y el maestro de mi padre, el hombre que literalmente hizo que mis padres se conocieran, al contratarlos para que trabajaran en su compañía de artistas de circo.

Aunque puede parecer sorprendente, un día este sueño abstracto se convierte en realidad concreta cuando mis padres estaban actuando en el Circo Shrine en Buffalo. Es entonces cuando llevan a sus dos hijos a las Cataratas del Niágara. Yo tenía seis años y mi hermana Lijana ocho. Pasamos meses enteros viajando por carretera, y en días libres solemos visitar lugares de interés como el monumento a Washington o el campo donde se llevó a cabo la Batalla de Gettysburg. Me gustan estas excursiones turísticas. Las encuentro fascinantes, pero Niágara era algo totalmente distinto. No sólo me asombra por su inmenso tamaño, sino que también estoy emocionado al contemplar la escena que parece haber surgido de mi sueño.

"Yo he estado aquí antes", le digo a mi papá.

"Debes de haber visto fotos, hijo", me dice. "Nunca hemos estado aquí antes".

"Yo sí".

Mi padre se ríe de mis comentarios, pero yo me aferro a la memoria. Según viajamos desde Estados Unidos a Canadá para ver mejor el torrente de agua que cae desde veinte pisos de altura al río Niágara, revivo mi sueño. Mi corazón late como loco, pero yo no siento que esté loco. Me siento conectado y centrado. No sé qué nombre dar a estas emociones. No sé cómo describir la emoción que hay dentro de mí. Yo no conozco palabras como "destino" y "propósito". Mis padres nos han enseñado que todas las cosas buenas vienen de Dios, por eso sé que esta sensación de estar conectado con mis sueños tiene que ser buena. Sé que Dios tiene que estar en el centro de mi imaginación, la cual construye una cuerda floja sobre las Cataratas. En mi mente, me veo a mí mismo caminando de un país a otro por encima de las cataratas. Aun siendo niño, me doy cuenta de que la visión no procede de mí. Me viene en un sueño, en el que el protagonista es un pariente al que ni siquiera conocí. Pero ahora me encuentro de pie ante ello, con mi cara mojada por las salpicaduras. Mis ojos están llenos de lágrimas de gozo.

Sé lo que tengo que hacer.

Sé que lo haré.

Pero para hacerlo, no en un sueño o en la imaginación de un niño, sino en directo, delante de millones de espectadores televisivos del mundo entero, necesitaré dos décadas y media de entrenamiento. Esas lecciones cautivan mi mente, pero más que nada, cautivan mi espíritu. Las lecciones requieren firme determinación; sin embargo, la fuente de esa determinación es Dios.

Sin Él, no hay viaje, ni lección, ni sueño.




2

A medio
metro

Imagínese al pequeño niño en el jardín trasero de la casa de sus padres en Sarasota, Florida.

No le impresionarán los alrededores. Aunque sus padres son reconocidos artistas de circo, y parte del legendario clan Wallenda, viven humildemente. El desaliñado vecino de clase media tiene un aspecto rústico. Disperso por el terreno está el equipo de entrenamiento, los diversos postes, palos y barras que usan los acróbatas para perfeccionar su talento y para preparar nuevas actuaciones. El objeto que cautiva la atención del niño es un cable de acero, suspendido entre dos postes a medio metro del suelo. El niño está concentrado en el cable, aunque tiene sólo unos dos años. Yo soy ese niño.

Mi primer y más fuerte recuerdo es el de subirme encima del cable con la absoluta convicción de que lo cruzaría. Ya he visto a mis padres cruzar la cuerda floja, un espectáculo que parece tanto maravilloso como natural. Naturalmente, me siento movido a hacer lo mismo.

Doy unos cuantos pasos, y me caigo.

Me vuelvo a subir, tan sólo para volverme a caer.

Sigo subiéndome y cayéndome, subiéndome y cayéndome hasta que, en un corto periodo de tiempo, soy capaz de cruzar todo el largo del cable. El logro no me parece extraordinario. No siento que haya hecho nada del otro mundo. Simplemente provoca un buen sentimiento.

El largo del cable no es mucho, sólo unos cuantos metros. Desearía que fuera más largo. Durante toda la mañana y la mitad de la tarde continúo cruzando por encima del cable de un lado para el otro. Le he agarrado el ritmo. Soy un niño muy enérgico e inconformista, pero este corto tramo sobre un cable me ha calmado y ha hecho que entre en un estado de inexplicable concentración, poco común en alguien de mi edad. No hay duda; he encontrado una zona mágica de comodidad en la que el tiempo se detiene.

"¡Es hora de pasar!" grita mamá.

Pero yo no pienso pasar todavía. Grito: "¡Lo he hecho! ¿Has visto lo bien que lo he hecho?".

"¡Claro que lo has hecho! ¡Lo has hecho maravillosamente!".

"Quiero seguir haciéndolo".

"Tienes que comer, Nik".

"Necesito seguir haciéndolo".

"Lo harás. Tienes el resto de tu vida para hacerlo".

Pero, ¿lo haría?

Lo único que conocía entonces era el gozo de un niño que ha encontrado el mejor juguete del mundo. Lo que no sabía era que mis padres apenas podían mantenernos. No sabía que el circo tradicional estaba al borde de la ruina. A cambio de toda la satisfacción de ser artistas, continuamente se enfrentaban a la ruina financiera. Los circos estaban entrando en bancarrota. Aun siendo artistas de primera clase y con una reputación impecable, papá y mamá se veían forzados a buscar trabajos de los más sencillos, como limpiar ventanas o trabajar en un restaurante, para poder mantener la casa. Aún con los talentos prematuros que yo había mostrado desde una edad temprana, ellos no tenían esperanza para mi futuro en un campo que había sustentado a la familia Wallenda durante más de doscientos años. Se entiende que lo considerasen como el final de la línea. Es más, el título del libro sobre la vida de mi madre fue The Last of the Wallendas (El último de los Wallenda).

En las primeras dos décadas de mi vida, me fui dando cuenta de la oscura nube que se cernía sobre la vida del circo. Desde esa primera pisada sobre la cuerda floja cuando tenía tan sólo dos años, fue mi pasión, pero fue una pasión que nació en un tiempo de inminente muerte. Incluso cuando hubo una reinvención del circo (la explosión de Cirque du Soleil en los años noventa), ese fenómeno canadiense tuvo poco efecto sobre mis padres y los lugares, de la vieja escuela, que desaparecían rápidamente. El lobo permanecía delante de nuestra puerta.

No digo nada de esto a manera de queja. Nacer en tiempo de lucha es una bendición. Esta lucha me dio una medida extra de motivación, y por eso estoy agradecido. Esta lucha probó mi compromiso con el arte aéreo que tanto amo. Esta lucha también me hizo dependiente de Dios. No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que no podría ganar la lucha sin apoyarme en una fuente de fuerza que ningún ser humano podía proporcionar.

Mis padres me ayudaron a entender esto desde una edad temprana. Al ser cristianos activos, se dedicaban plenamente a sus hijos. A través de su ejemplo, acepté a Cristo de niño. Pero también me encontré absorbiendo sus temores y ansiedades humanas. No me podían guiar para dejar atrás sus miedos y ansiedades. Sólo Dios podía hacerlo.

Del mismo modo, sólo Dios podía darme la percepción y la fuerza para convertir mi largo linaje familiar, marcado por tragedias mortales, en victoria. Hasta un grado alarmante, este linaje también está marcado por tradición, crítica y envidia maligna. Pero aun así, mi linaje es una bendición milagrosa, siempre y cuando lo mire a través de los ojos de un agradecido hijo de Dios.

Yo creo que es Dios quien nos da el poder para transformar cualquier historia oscura en algo brillante. Él me ha enseñado cómo la historia de mis antepasados, sin importar cuán dolorosa sea, puede beneficiar mi vida y las vidas de mis hijos. Él me ha enseñado cómo lo negativo se puede transformar en positivo; pero para contar esta historia, lo negativo no puede pasarse por alto. Para mostrar el milagro de transformación, el movimiento desde la desesperación hasta la esperanza, la desesperación debe ser revelada. Se debe contar la verdad.

De niño, me encantaban los cuentos de hadas. Veía la saga de la familia Wallenda como un cuento de hadas. Karl Wallenda, el hombre que emocionó mi imaginación, era un héroe, y sigue siéndolo hasta este día. Sigo sustentándome con su ejemplo de constante optimismo. Nunca me canso de repetir su mantra: "La vida está sobre la cuerda floja; todo lo demás está a la espera".

Veo a mi bisabuelo como un hombre de infinita valentía y fortaleza. Nunca le he visto como un competidor, sino como una inspiración. Nunca es mi intención ensombrecer sus hazañas, que continúan siendo impresionantes. Pero según he ido creciendo, he aprendido que, a diferencia de otros personajes míticos de un cuento de hadas, Karl Wallenda estaba hecho de carne y sangre. Como hombre de familia, sufrió una serie de espectaculares fracasos. Su vida privada era un confuso caos para aquellos que estaban cerca de él. Ese caos se infiltró hasta su hija Jenny, mi abuela, y la hija de Jenny, Delilah: mi madre. Estas mujeres fueron profundamente heridas. Tenían cicatrices emocionales. Esas cicatrices tuvieron un enorme impacto en mí. Son parte de mi historia.

Para contar cualquier historia con honestidad y candor, la cicatrices no pueden esconderse. Se deben enseñar. Si la cicatrices han de sanar, se las debe atender. No es posible, por ejemplo, entender la historia de Cristo sin ver sus cicatrices. Si sus cicatrices se omiten, nos perdemos el mensaje. Sus cicatrices son el medio por el cual comprendemos su amor infinito por nosotros. Sus cicatrices son el medio por el cual sentimos su amor inmortal por nosotros. Sus cicatrices son parte del plan de enseñanza de Dios, símbolos de cómo el dolor humano puede conducir a la gloria divina.

Para mí, la historia de Jesús es la más importante. Es la historia que dice que incluso el más brutal y torturador final no es un final, sino el principio de la eternidad. Es la que dice que las mentiras pueden convertirse en verdades, y la muerte puede convertirse en vida.

Así que, yo haré lo que pueda para revelar todas las cicatrices y deficiencias, especialmente las mías propias, sin asignar culpables o hundirme en la autocompasión. Haré lo mejor que pueda, a través de mi propio y limitado entendimiento, para contar brevemente la historia que el pequeño Nik, caminando sobre una cuerda floja a medio metro del suelo, nunca podría haber conocido. Este valiente niño, que era alegre, enérgico, activo y amante de la diversión, no tenía ni idea de la monumental saga que era, verdaderamente, su legado. Ocupándose de mantenerse en la cuerda floja, intentando encontrar el equilibrio, era dichosamente inconsciente del modo en que la historia del hombre en sus sueños llegaría a moldear su propia vida.




3

La lucha

El bisabuelo de Karl Wallenda, Johannes, era acróbata. Lo mismo fue su tocayo, su abuelo Karl. Su padre, Englebert, fue domador y entrenador de animales y también un famoso equilibrista.

Karl Wallenda, nacido en Alemania en 1905, lo llevaba en la sangre. Era una sangre que hervía apasionada, incluso una sangre violenta. Su hermano mayor Herman y su hermano menor Willy temían el fuerte temperamento de su padre. A los cuatro años de edad, Karl experimentó la brutalidad de Englebert. Como castigo por una pequeña infracción, su padre le tiró al suelo y Karl se quedó medio sordo de su oído derecho para el resto de su vida.

El hermano mayor de Karl, Herman, dijo que Englebert "era más amable con los animales que con las personas". Pero sin embargo, Karl también admiraba la destreza de su padre. Englebert fue el primero en llevar a Europa una actuación de vuelo en trapecio, una innovación desarrollada en los Estados Unidos. La admiración estaba mezclada con el temor. Cuando Karl tenía seis años, Englebert abandonó a la familia. Karl y Willy fueron a parar a un internado católico mientras que Herman se quedó con Englebert para actuar en el circo itinerante de su padre.

Tras doce meses lejos de sus padres, Karl regresó con su madre Kunigunde, al igual que lo hizo su hermano Herman. Pero Englebert se llevó a Willy de repente para actuar como miembro de su compañía. Mamá Kunigunde, hija de una famosa bailarina del teatro Staats de Berlín, era una artista muy talentosa por derecho propio. Su salto a la fama se debía a su destreza para recoger un pañuelo con la boca sobre la cuerda floja, todo esto mientras delicadamente hacía girar un paraguas sobre su cabeza.

Dos años después de que Englebert dejara a mamá Kunigunde, ella se casó con un compañero de circo dieciséis años más joven, George Grotefant, con el que tendría dos hijos. Músico, payaso, contorsionista y acróbata, George mostraba talento para todos los aspectos del circo de entretenimiento salvo para administrar el dinero. George y mamá Kunigunde combinaban recursos para formar una troupe de artistas que buscaba trabajo en la Europa rural occidental.

En 1913, a medida que se formaban las nubes de la guerra, la familia cayó en una vil pobreza. Su carro del circo se rompió en un pequeño pueblo alemán. George fue reclutado a la fuerza en el ejército. Herman estaba trabajando en una planta de municiones. A Karl le golpeaban y le hacía burla porque el nombre Wallenda era originalmente checo, no alemán. Él retó a sus atormentadores con una apuesta: podía subir al campanario de la iglesia y hacer el pino sobre la veleta giratoria. En un acto de gran osadía, ganó la apuesta sin despeinarse. Esto lo hizo con nueve años de edad.

A los diez años, con su padrastro y sus hermanos lejos, Karl se convirtió en el único sustentador de su madre. En la diminuta ciudad de Gros Ottersleben trabajó como artista callejero pidiendo calderilla para evitar que su familia muriese de hambre. George sobrevivió a la guerra, y la compañía, el circo Wallenda-Grotefant, volvió a reunirse, pero la Alemania de la posguerra estaba en ruinas. En lugar de caminar en las alturas, Karl se vio caminando por debajo del suelo. Se vio obligado a aceptar un trabajo en una mina de carbón en ruinas. El trabajo casi le volvió loco. Una temporada con un circo itinerante le devolvió su cordura. Trabajó como payaso y trapecista. Karl perfeccionó su increíble pino y equilibrio sobre sillas. Ideó una manera única de fijar sus brazos y piernas en dos anillos suspendidos en el espacio, una sugerencia visual de un Cristo crucificado. Trabajó en el mismo espectáculo que Marlene Dietrich, aún una adolescente. Se conocieron y hablaron por primera y única vez en sus vidas.

A los dieciséis, Karl se apartó de su familia y viajó a Breslau para unirse al circo de Louis Weitzmann, un tirano mujeriego, que vio el potencial de Karl en la cuerda floja. La compañía Weitzmann viajó a Budapest, donde aumentó la confianza de Karl. En poco tiempo dejó al déspota y se aventuró en solitario.

Pero no se fue solo. Su acompañante era una colega, diez años mayor que él, conocida profesionalmente como Princesa Magneta, "La maravilla que levita". La belleza rubia en una actuación de magia, era Magdalena Schmidt, a la que sus amigos llamaban Lena. Juntos, se fueron de la compañía Weitzmann y encontraron trabajo con Max "La cometa humana" Zimmerman, cuya compañía viajó a Leipzig.

En 1923, Karl y Lena se cambiaron al Circo Strassburger mientras la compañía realizaba un tour por Austria y se aventuró a los Alpes bávaros. Karl, a los dieciocho años, se volvió más audaz en la cuerda floja. Insistía en actuar sin red. Enseñó trucos a Lena en el poste oscilante. Se reunió con su hermano Herman y su padrastro George para formar el Circo Wallenda que viajó a Italia, donde rivalizaron con los Cristani, otra famosa actuación familiar. Sin embargo, en poco tiempo el Circo Wallenda quebró, incluso aunque las hazañas de Karl en la cuerda floja crecían en osadía y diseño, junto con sus deseos apasionados.

En Berlín, trabajando para el Circo Busch, Karl se enamoró de Martha Schepp, una bailarina de quince años de edad. Cuando Lena se enteró de su traición, intentó rajarle la garganta a Karl y desfiguró el rostro de Martha con ácido sulfúrico. Lena finalmente se fue, pero Martha, a quien le daba miedo la cuerda floja, no pudo reemplazarla en la actuación. Además, Martha estaba embarazada. Ese mismo año Karl se casó con ella.

Pero también en ese mismo año Helen Kreis reemplazó a Martha, tanto en la cuerda floja como en la cama. Helen era joven, hermosa y con talento. Ella, Karl y Herman viajaron a Cuba, donde los Wallenda llenaron el circo durante tres meses. Mientras tanto, en Alemania, en 1927 nacía una hija de Karl y Martha: Jenny Wallenda, mi abuela materna.

En 1928, John Ringling, famoso propietario del Circo Ringling Brothers, invitó a Karl Wallenda y su compañía a actuar en Estados Unidos. Esperando recuperar su amor, Martha llevó a la pequeña Jenny a Estados Unidos para unirse a la compañía. Karl lo permitió. Según mi abuela, su papá le abrazó y le dijo: "Jenny, un día actuaremos juntos".

Pero Ringling Brothers, un gigante con casi dos mil trabajadores, resultó ser descorazonador para Martha. Se llevó a Jenny de vuelta a Alemania, dejando a su hija al cuidado de su madre para que ella, Martha, pudiera regresar a Estados Unidos para estar con Karl.

"Mi infancia fue perturbadora", dice Jenny. "Sin embargo, recuerdo todas esas perturbaciones claramente. Cuando tenía tres años, fui a Estados Unidos. Me dijeron que el cambio era para siempre. En Sarasota, donde todos los artistas de circo vivían durante el invierno, mi padre tenía una casa con mi madre Martha y otra justamente al lado con Helen. Era complicado. Mi madre se comportaba como si él siguiera siendo su esposo, y lo era, hasta la llegada de un telegrama en 1934 desde México diciéndole a Martha que Karl se había divorciado de ella y se había casado con Helen. Pero eso siguió sin ser suficiente para que mi madre se fuera de la compañía. Volvió a enviarme a Alemania al cuidado de mis abuelos.

"Cuando tenía once años, visité a mis padres en Blackpool, Inglaterra. Papá se había tomado un descanso de Ringling Brothers para recorrer Europa. Finalmente me reuní con mi familia. Estaba segura de que estaría con ellos para siempre; pero entonces todo cambió. La guerra se aproximaba, y como papá, Helen y mi madre, Martha, tenían pasaportes alemanes, se encontraron de repente en el lado equivocado. Querían regresar a Estados Unidos, donde papá veía su futuro. Europa estaba a punto de explotar. A través del embajador Joseph Kennedy, el padre del futuro presidente, papá pudo tomar uno de los últimos barcos. Tres días después estalló la guerra. Pero yo no me fui con ellos. Para entonces estaba de nuevo en Berlín con mis abuelos.

"Permanecí en Berlín, donde me convertí en una líder joven durante el régimen nazi. No tenía sentimientos políticos. Simplemente era una atleta espléndida, una joven que hacía lo que me decían. No veía el mundo en general. Para entonces mi madre se había vuelto a casar, pero no duró más de un año. Seis años, los años de la guerra, pasaron sin recibir una palabra de mis padres. Cuando Alemania cayó y el Ejército Rojo invadió Berlín, las jóvenes fueron violadas. Yo estaba entre ellas. Pero no todos los soldados eran unos brutos. Algunos eran amables y compasivos, y me enamoré de un soldado así. Pretendíamos casarnos y después escaparnos a América, donde finalmente me reuniría con mis padres. Pero su comandante descubrió que estaba con una chica alemana y le enviaron a Siberia. Nunca más le volví a ver. Pero gracias a Dios, supe que mis padres estaban vivos y bien. Papá se había esforzado mucho para asegurar mi billete desde Alemania para reencontrarme con él y mi madre, Martha, en Sarasota. Llegué en 1947, a los diecinueve años de edad. Martha aún vivía en la casa contigua a Karl y Helen. Ese extraño triángulo aún permanecía intacto".

Puede que el mundo se estuviera derrumbando a su alrededor, pero durante los años de la guerra Karl estuvo en Estados Unidos muy enfocado. Su destreza cada vez era más osada. Nunca dejó de estar al límite. Comenzó su plan de una década para ejecutar una pirámide de siete personas, un número peligroso que vio como el más espectacular en la historia del circo. Su reputación aumentó y su compañía se llamó Flying Wallendas (Los Wallenda Voladores). Irónicamente, decía que nunca le gustó el nombre porque, en su mente, le hacía pensar que él y su compañía volaban desde la cuerda floja porque se caían desastrosamente, la suerte que le había ocurrido a su hermano Willy en Suecia. La muerte de Willy fue otra razón por la que Karl no trabajaba con una red de seguridad. Montando sobre una bicicleta por el cable, Willy se cayó, rebotó en la red y al caer se rompió el cráneo.

Mi bisabuela Martha se casó por tercera vez. Su nuevo esposo, al cual se lo presentó Karl, era J. Y. Henderson, el veterinario más famoso en la historia del circo. En la cima de su carrera, estuvo a cargo de setecientos animales del Ringling Brothers y Barnum & Bailey: gatos salvajes, osos, cebras, jirafas, antílopes, elefantes, burros, búfalos, ponis y caballos. No sólo ideó tratamientos innovadores para salvar las vidas de cientos de animales, sino que se convirtió también en un gran artista de la cuerda floja: un hombre del Renacimiento en el mundo del circo.

Genre:

  • "This book makes an irrefutable case for relying on faith as a source of balance and strength."—Booklist Online

On Sale
Jun 4, 2013
Page Count
224 pages
Publisher
FaithWords
ISBN-13
9781455547449

Nik Wallenda

About the Author

On June 15, 2012, high wire artist, Nik Wallendajoined the ranks of legendary daredevils when he became the first person ever to walk across the roaring Niagara Falls. The broadcast was aired on ABC to over thirteen million Americans. Nik is the 7th generation of the Great Wallendas. Every walk Nik does is in honor of his great-grandfather, Karl Wallenda, who died on the wire in 1978. Nik has been performing on a high wire since before he was born when his mother (who still performs with him today) walked while she was six months pregnant with Nik. The Niagara Falls walk marks Nik’s 7th World Record. By his side on the wire is his wife, Erendira, circus royalty. Learn more at http://www.nikwallenda.com.

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