Los primeros 1000 dias

A Crucial Time for Mothers and Children -- And the World

Contributors

By Roger Thurow

Formats and Prices

Price

$17.99

Price

$23.49 CAD

This item is a preorder. Your payment method will be charged immediately, and the product is expected to ship on or around August 14, 2018. This date is subject to change due to shipping delays beyond our control.

“Su hijo puede lograr grandes cosas”.
 
Hace unos años, mujeres embarazadas en cuatro rincones del mundo escucharon esas palabras y esperaban que pudieran ser ciertas. Entre ellas, Esther, de la zona rural de Uganda; Jessica, de un vecindario de Chicago marcado por la violencia; Shyamkali, de una aldea de casta baja en India; y María Estela, del altiplano occidental de Guatemala.
 
Alcanzar la grandeza fue un pensamiento audaz, pero las mujeres tenían una nueva causa para tener esperanza: estaban participando en una iniciativa internacional sin precedentes enfocada en proporcionar una nutrición adecuada durante los primeros mil días de vida de los niños, comenzando desde el embarazo de estas madres. El movimiento 1000 Días, que es una respuesta a las recientes crisis alimentarias devastadoras y las nuevas investigaciones sobre los costos económicos y sociales del hambre y el retraso en el crecimiento infantil, tiene el poder para transformar las vidas de madres e hijos, y finalmente, del mundo.
 
En este libro inspirador, a veces desgarrador, Roger Thurow nos adentra en la vida de las familias al frente del movimiento en una íntima narrativa que ilumina la ciencia, la economía y la política de la desnutrición, registrando el emocionante progreso y los formidables desafíos de este esfuerzo global.

Excerpt

PREFACIO

“Creo que los niños son el futuro…”.

—Linda Creed y Michael Masser,

Canción “The Greatest Love of All”
(El amor más grande)

EN MALAWI, MIS ojos fueron abiertos y mi vida cambió. En una pequeña clínica, los ojos de un padre y su hija me cautivaron. Parecía que papá estuvo en la clínica toda la noche con su preciosa niña. Le pregunté al padre, mediante un traductor: “¿Cómo se llama?”. Papá me respondió: “Me llamo Héctor, y esta es mi hija, Julia”. El nombre de mi padre es Héctor y me identifiqué con esa preciosa familia instantáneamente. Julia estaba recibiendo alimentación con micronutrientes, pues sufría de una desnutrición devastadora que había retrasado su crecimiento. Héctor y Julia son las voces proféticas que me despertaron al movimiento 1000 Días y el avance que producen una alimentación adecuada para millones de familias. Inmediatamente me conmoví. ¿Quién no se conmueve?

Mi desconocimiento del movimiento global para combatir las crisis alimentarias no continuaría. Los ojos de Julia me unieron al movimiento internacional a favor de la nutrición adecuada en los primeros 1000 días en la vida de un niño o una niña. En los siguientes días, durante mi visita a Malawi, Zambia y Sur África, madres, médicos, economistas y pastores me educaron de la importancia de los primeros mil días para el desarrollo de la niñez. Estos primeros mil días entre el embarazo de una madre y el segundo cumpleaños de su hijo o hija son cruciales para el progreso del cerebro y el cuerpo del niño. La falta de nutrición adecuada crea una crisis para el desarrollo infantil que requiere con urgencia la atención mundial. Este poderoso tomo pone un megáfono al inspirador y desafiante llamado de invertir en todas las Julias y sus familias alrededor del mundo. Llámese Esther, Jessica, Shyamkali, o María Estella, el llamado de madres desde Uganda a Chicago, que se atreven a soñar por un futuro brillante para sus hijos, nos retan e inspiran. El silencio e ignorancia ya no son opciones.

El inmenso costo de ignorar la desnutrición y sus nefarias consecuencias, no solo en la vida de madres y niños sino también para el desarrollo de las economías y el futuro de países, es algo que requiere nuestra atención inmediata. Sin duda, los desafíos son formidables y arduos. Mucho más que un sueño ilusionista, necesitamos una voluntad resiliente comprometida con el futuro. Nelson Mandela una vez dijo: “No puede haber una revelación más clara del alma de una sociedad que la forma en que trata a sus niños”. Nuestro compromiso moral con las futuras generaciones se determinará por los esfuerzos que tomamos para asegurar su salud y destino. En lugares donde la alimentación nutritiva escasea necesitamos campeones que forjen un destino para ellas. Lo he visto, mis ojos están abiertos, seguro que se puede. Para los que creen todo es posible. Estas páginas son una invitación a un viaje a creer y actuar contra viento y marea.

Nuestra generación vive en un momento crucial y decisivo. La crisis alimentaria que impacta a millones de niños tiene solución. El gran imperativo de Jesús, frente a una multitud hambrienta, es una exigencia moral: “Denles ustedes de comer”. Aunque parezca increíble tenemos en nuestras manos la capacidad de alimentar a las nuevas generaciones. Una inversión alimenticia para estas proles significa un futuro prometedor para naciones, urbes, aldeas y regiones rurales. Las vidas y los futuros que preservamos a la vez significa ayudar a las economías y los sistemas educativos de regiones enteras. Para quienes piensan que estas inversiones no marcan grandes diferencias y crean destinos mejores, Roger Thurow nos presenta un futuro prometedor. Las inversiones en alimentación en los primeros 1000 días es multiplicar el potencial educativo, la salud regional, y abrir el espacio a pensadores, artistas y gobernantes del mañana. El efecto multiplicador no solo ahorra gastos futuros en medicina y educación, sino que abre las ventanas a una descendencia que marcará la historia. Ahora es nuestro momento de crear un futuro y sanar las tierras.

Algunos pensarán que este momento es como la labor de Sísifo, que está destinada al fracaso. ¡Al contrario, hay esperanza! El sueño audaz de promover y proveer alimentación nutritiva en las aldeas, urbes y zonas rurales que por años fueron desiertos alimenticios puede triunfar. He visto los coros de ONGs, comunidades religiosas, gobiernos y empresas que rehúsan a darse por vencidos. He visto los resultados transformadores que la alimentación nutritiva produjo en Malawi, Chicago y América Latina.

Yo soy un pastor evangélico y el evangelio me llama a luchar por un futuro mejor con esperanza. La esperanza vive, y decir que pudimos poner un fin al azote de la desnutrición y el estancamiento del crecimiento infantil será una victoria para nuestra generación. Poder responder a este momento crucial para las madres, los niños y el mundo con una férrea determinación es el llamado de Los primeros 1000 días. ¡YO GRITO: “SÍ”! Qué gozo sería decirles a mis dos hijos que su generación fue parte de la solución, y no solo gritarlo a los vientos. Mi oración es que al leer estas páginas, usted sea inspirado y sus ojos también sean abiertos. Usted es parte del movimiento 1000 Días, y Julia, Esther, Jessica, Shyamalki, María Estella y el mundo nunca serán iguales.

—Rev. Dr. Gabriel Salguero

Pastor, Calvario City Church

Presidente, National Latino Evangelical Coalition (NaLEC)




INTRODUCCIÓN A UN MOVIMIENTO

“SU HIJO PUEDE LOGRAR GRANDES COSAS”.

Dos mujeres jóvenes en lados opuestos del mundo, una en el norte de Uganda, otra en la parte sur de Chicago, escucharon estas palabras y anhelaron profundamente que pudieran ser ciertas. Ambas estaban embarazadas de unos cinco meses, y ansiosas de hacer lo mejor posible para su primer hijo. Pero ¿grandeza? Era un pensamiento audaz, dadas sus circunstancias. Esther Okwir, una joven alta y ágil de veinte años, recién llegada de los campos de la pequeña granja familiar en la zona rural de la ciudad ugandesa de Lira, donde la mera supervivencia era un gran logro en un clima hostil tanto para la agricultura como para la paz. Jessica Saldaña, una adolescente atlética y estudiosa, se preparaba para comenzar su penúltimo año de secundaria en una de las escuelas con menor rendimiento de Chicago en un vecindario empobrecido y arruinado que con demasiada frecuencia, para la mayoría de los jóvenes, había demostrado ser un callejón sin salida para la ambición.

La imaginación de Esther se disparaba rápidamente sentada en el piso de cemento de una veranda que llegaba más allá del pabellón de maternidad de la clínica comunitaria local. Junto a ella había tres decenas de futuras mamás y nuevas mamás. Se apiñaban bajo una marquesina de hojalata, buscando refugiarse del incesante sol de mediodía que subía las temperaturas hasta los 38 grados centígrados (100º F). Esther, descalza, había caminado un kilómetro y medio (una milla) por el camino de tierra desde su casa hasta llegar allí. Estaba agradecida por el descanso, la sombra y las rachas ocasionales de viento. Sobre todo, estaba agradecida por la lección que comenzaba a desplegarse: un manual básico sobre el cuidado maternal e infantil.

“Este tiempo es muy importante para ustedes como mamás y para sus hijos”, comenzó a decir Susan Ejang, la matrona de la clínica, quien también es mamá. A pesar del calor, se había puesto una bata blanca creyendo que eso añadiría autoridad a sus palabras. “El periodo de su embarazo y los primeros dos años de la vida de su bebé determinarán la salud de su hijo, la capacidad de aprender en la escuela, y desempeñarse en un empleo futuro. Este es el periodo en el que más crece el cerebro”. Este tiempo es precioso y pasa muy rápido; “hay solo 1000 días desde el comienzo de su embarazo hasta el segundo cumpleaños de su hijo”, les dijo Susan a las mamás.

Susan sabía lo que estaba en juego, porque es en estos 1000 días cuando comienzan los retrasos en el crecimiento, mentales o físicos, o ambos. En la segunda década del siglo XXI, uno de cada cuatro niños menores de cinco años en el mundo sufrió retraso en el crecimiento, unos 170 millones de niños en total, según la Organización Mundial de la Salud. Esa cifra asombrosa incluía a más de dos millones de niños en Uganda. Una niña o niño que sufra un retraso grave en el crecimiento está condenado a una vida de bajo rendimiento: desempeño académico bajo, productividad y salarios bajos en el trabajo, más problemas de salud a lo largo de su vida, y una mayor propensión a sufrir enfermedades crónicas cuando sea adulto, como diabetes y enfermedades cardiacas. Y esa sentencia se produce, la mayoría de las veces, cuando el niño tiene dos años, ya que el retraso en el crecimiento es principalmente el resultado de una debilitadora mezcla de mala nutrición, ambientes contaminados y falta de estimulación del cuidador durante los primeros 1000 días.

Así que Susan remachaba sus mensajes. Descansen, insistía ella. No se estresen. Obtengan las vacunas requeridas para ustedes y sus bebés. Hiervan el agua que beben. Lávense las manos después de cada visita al baño. Cubran la comida para que las moscas no se posen y para alejar de su cuerpo los parásitos y las bacterias. Duerman bajo telas mosquiteras para no contraer malaria. Vengan a la clínica para dar a luz al bebé. Denles el pecho durante al menos seis meses. Ni siquiera piensen en quedarse embarazadas de nuevo durante dos años; ahora deben enfocarse en este hijo.

Esther y las mujeres saboreaban cada pizca de consejo, nuevo y profundo para ellas, y murmuraban asintiendo: “Sí, sí”, prometían. Habían crecido durante la locura asesina del señor de la guerra Joseph Kony y su Ejército de Resistencia del Señor: años de terror en los que era una locura pensar en una posible grandeza. Pero Kony ya no estaba, y estas mamás querían creer que podían marcar la diferencia en el desarrollo sano y exitoso de sus hijos. Eran unas oyentes entusiastas.

“Ahora bien”, continuó Susan, “esto es lo más importante. Deben aprender a comer una dieta equilibrada y a cocinar adecuadamente”. Desapareció momentáneamente, yéndose hacia la sala de maternidad, una habitación de bloques de cemento apenas amueblada con varias camas de metal cubiertas de colchones endebles y sábanas raídas. Era aquí, en esta clínica sin agua corriente, sin luz en la noche, sin equipamiento médico moderno, donde la mayoría de las mujeres reunidas ahora en la veranda darían a luz. Susan regresó con una pila de carteles coloridos con dibujos de alimentos sabrosos y listas de los nutrientes que contenían.

“Verduras, frutas, proteínas, carbohidratos. Huevos, vegetales verdes, calabazas, bananas. ¿Tienen estas cosas en casa?”, preguntó Susan, señalando las imágenes de los alimentos. “Sí, tienen estas cosas en casa. Están a nuestro alrededor. Ustedes y sus hijos necesitan una mezcla de todo esto. Una nutrición adecuada ayuda a crecer al cuerpo y al cerebro. Previene los retrasos en el crecimiento infantil”.

Zinc, ácido fólico, yodo, hierro… ella recitaba de un tirón los nutrientes vitales, palabras extrañas para muchas de las mamás. A, B, C, D, E… recitaba un alfabeto de vitaminas esenciales, letras extrañas para esas mamás que no sabían leer.

Susan levantó un último cartel para que todas lo vieran. “¡La importancia de la vitamina A!”, decía sobre una serie de dibujos que bosquejaban el crecimiento de un niño desde que es bebé hasta los dos años, y hasta llegar a un robusto niño jugando al fútbol. “Si comen alimentos ricos en vitamina A, tendrán niños activos como este”, decía Susan. “Si comen alimentos ricos en hierro, sus hijos serán brillantes en clase. Todos sus hijos son importantes. Cada uno de ellos. Cuídense bien en estos días, y su hijo no estará desnutrido. Su hijo puede lograr grandes cosas”.

Ella dejó que ese pensamiento reposara en el aire, pesado y caliente.

“Quizá den a luz a un presidente”, dijo ella con una gran sonrisa. Solo bromeaba a medias. Al lanzar altas aspiraciones, Susan quería darles a las mamás incluso más incentivo para que siguieran sus consejos. “Sí, el presidente de nuestro país podría salir de este grupo”.

Otra oleada de murmullos, esta vez más elevada y con más emoción, recorrió la veranda. Algunas de las mujeres aplaudieron, otras gritaban de alegría. Las imaginaciones se encendieron. Esther, con una gran sonrisa, visualizaba a su hijo siendo un hombre exitoso en los negocios, quizá gerente o presidente de una empresa, si no el presidente del país. Eso realmente sería algo, pensaba ella. Eso sería su sueño hecho realidad.

EN CHICAGO, JESSICA también soñaba con las posibilidades para su hija. “La veo siendo una estudiante de honor. La veo practicando deportes, como yo. Y habrá música en su vida, quizá hasta tocar el violín”, le dijo a Patricia Ceja Muhsen, una matrona, una guía durante su embarazo a la que visitaba cada semana.

Patricia sonreía mientras las palabras de Jessica salían atropelladamente. “Quieres que tu hija tenga la mejor oportunidad en la vida de hacer grandes cosas, ¿verdad?”, preguntó. Jessica asintió con la cabeza. “Bueno, pues todo comienza ahora”. Patricia también se enfocó en los 1000 días, cuando los sueños de las mamás empiezan a cumplirse, o a frustrarse.

Estaban en un centro comunitario justo al lado de la Avenida Michigan, a menos de diez kilómetros (seis millas) al sur de la famosa Milla Magnífica de Chicago de comercios elegantes y restaurantes finos. Sin embargo, aquí no se iba a mirar escaparates; muchas de las ventanas de los edificios de este lugar estaban tapiadas. Al otro lado de la calle, enfrente del centro comunitario, había un campo abierto donde una vez estuvo una sección del Robert Taylor Homes, uno de los proyectos de viviendas más destacados antes de su demolición. Estaban surgiendo noticias de que la biblioteca presidencial del presidente Barack Obama estaría ubicada a solo tres kilómetros de aquí en la Universidad de Chicago, cerca de su antigua vivienda. Eso sería ciertamente un monumento a grandes posibilidades. Pero a un par de kilómetros en otra dirección estaban los vecindarios más violentos de los Estados Unidos: Chi-rak, los llamaban algunos. En esas calles prohibidas, el potencial para el éxito no significaba nada. La vida misma era barata; demasiadas veces terminaba con una bala, intencionada o desviada.

El mensaje de Patricia sobre la importancia de la nutrición, la limpieza y el ejercicio en los primeros 1000 días era el mismo que el de Susan en Uganda. Y de igual modo, era una información nueva para Jessica, de dieciséis años, porque ciertamente no era algo que cubría ninguna de sus clases en la escuela. “Sabes que tienes que comer mejor para ti y para tu bebé”, le recordaba Patricia a Jessica. “Hemos hablado mucho sobre comer frutas y verduras. ¿Y manzanas y plátanos? ¿Los comes?”.

“Hice puré de papas para la comida”, dijo Jessica.

De hecho, su novio, Marco Ortega, la corrigió: él comió el puré de papas. Marco estaba sentado junto a Jessica, agarrando su mano. “Tú te comiste una galleta con trocitos de chocolate que mojaste en el puré”, dijo él.

“Extraños antojos”, admitió Jessica.

Ella sonrió, se encogió de hombros y confesó sus pecados nutricionales. “Soy adicta a los Flamin’ Hots”, dijo ella, refiriéndose a los productos picantes de la marca Cheetos, muy populares entre los adolescentes. La mayoría de los días no se molestaba en comer en la escuela; “no hay tiempo, y la comida es muy mala”, insistía ella, aunque un programa del gobierno había provisto desayuno y comida gratuitos para estudiantes de familias de bajos ingresos. Tras sonar la última campana, ella y Marco solían comer una hamburguesa con queso en McDonald’s o Burger King, dos de los muchos lugares de comida rápida que tentaban a los estudiantes, a un par de cuadras de la escuela. Las hamburguesas eran más baratas que las ensaladas, le dijo a Patricia. Y después está el chocolate. “Me encantan los Snickers”, dijo Jessica.

Patricia, quien sabía que Jessica estaba luchando contra una fuerte atracción cultural y comercial que favorecía a los Cheetos antes que las zanahorias, había oído todo eso antes en su trabajo con nuevas mamás: una mamá que decía que la única manera que sabía de cocinar el pollo era frito; mamás que llenaban los biberones de sus bebés con Coca-Cola o Kool-Aid porque era más barato que la leche; niños que masticaban costillas de cerdo grasientas cuando empezaban a comer alimentos sólidos. Estaba decidida a que Jessica lo hiciera mejor, advirtiéndole que la obesidad era también una forma de desnutrición con consecuencias peligrosas para la mamá y para el niño. En cada reunión hacían ejercicios y se preparaban para el parto, pero principalmente hablaban sobre una buena nutrición. Leían las etiquetas, y Patricia repasaba los mismos nutrientes y vitaminas que Susan había enumerado en Uganda. Patricia llevaba muestras de aperitivos saludables para picar a sus reuniones con las mamás. Un kiwi, una barrita de cereales, uvas. Esta vez llegó con sándwiches: pavo, ternera, vegetarianos.

Jessica y Marco miraban con suspicacia los pimientos, las berenjenas y la lechuga en la oferta de vegetales. “¿Qué es eso?”, preguntó Jessica con una cara apretujada.

Ellos escogieron el pavo. “Muy bien”, dijo Patricia.

Jessica le dio unos bocados y envolvió el resto del sándwich. “Me lo comeré luego en casa”, dijo. “Lo prometo”.

En casa, en el chalé adosado de ladrillo de su madre, a tres cuadras de su escuela, Jessica compilaba un catálogo de promesas en su diario. En las cartas a su bebé aún no nacido, le confesaba sus esperanzas y temores. Una ecografía había indicado que era una niña, y Jessica creía que había escogido el nombre perfecto: Alitzel. “Suena importante, único y especial”, escribió Jessica a su hija. En otra entrada, le asignaba a cada letra del nombre una característica soñada, sus ingredientes imaginarios de una personalidad y una vida de éxito:

A significa amigable, por tu naturaleza de trato fácil.

L significa lustre, tu brillo.

I es para inspiradora, otros buscarán tu guía.

T es para tradicional, un poco chapada a la antigua.

Z es para “zany” (sandunguera), tu lado alocado y divertido.

E es para enriquecer, una cualidad que tienes.

L es para locamente enamorada, para siempre.

Jessica sabía que tenía mucho trabajo que hacer en los 1000 días para poner los cimientos para que su hija alcanzara todo lo que era posible. Escribió una promesa a su hija y la rodeó de corazones:

Renunciaré a todo por ti, para hacerte feliz, para amarte, para darte todo lo que te mereces.

Siempre te amaré: Mamá.

CADA NIÑO SE merece una oportunidad de alcanzar todo su potencial. Esta es la aspiración humana más ampliamente compartida: la esperanza de que cada niño que viene al mundo desarrolle la buena salud, la fortaleza del cuerpo y la capacidad intelectual para lograr todo lo que pueda. Está en lo más alto de la lista de deseos de madres, padres y abuelos en todo lugar, y les importa incluso a quienes no tienen hijos propios. Queremos esto no solo por causa del niño como individuo, sino por causa de todos nosotros. Porque ¿quién sabe lo que un niño o niña podrían aportar algún día a nuestro bien común?

Lograr grandes cosas se desarrolla durante toda una vida, por supuesto, y a su propia manera especial en cada individuo. Podría ser aprender a leer en una comunidad principalmente analfabeta; ser el primero en la familia en terminar la escuela primaria; o graduarse de la secundaria o estudiar en la universidad; dirigir una tienda; sostener a la familia; hacer feliz a la gente; servir a la comunidad; incluso llegar a ser presidente.

Como Esther y Jessica llegaron a aprender, es en los primeros 1000 días de vida del niño cuando se arma el marco para el cumplimiento del potencial individual. Este es el periodo, nos dice la ciencia, cuando el cerebro se desarrolla de forma más rápida y robusta, cuando se reafirma el sistema inmune, cuando se ponen los cimientos del crecimiento físico. Pero es también el periodo, como nos enseña la realidad, cuando el potencial puede ser minado por los peligros de la picadura de un mosquito o de un trago de agua contaminada (siendo las mayores amenazas para el desarrollo infantil la malaria y la diarrea, junto a la desnutrición); por la falta de algo que damos por hecho en el mundo acaudalado, como un inodoro o la electricidad; o por la discriminación y la ignorancia.

Si queremos moldear el futuro, mejorar verdaderamente el mundo, tenemos 1000 días para hacerlo, madre a madre, niño a niño. Porque lo que ocurre en esos 1000 días durante el embarazo hasta los dos años determina en gran medida el rumbo de la vida de un niño, su capacidad para crecer, aprender, trabajar, tener éxito, y por extensión, la salud, estabilidad y prosperidad a largo plazo de la sociedad en la que vive ese niño.

Entonces, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué seguimos despilfarrando tanta posible grandeza? Los consejos sencillos y prácticos que dieron Susan y Patricia a las mamás y futuras mamás sobre cómo evitar el retraso en el crecimiento infantil deberían ser obvios, pan comido, globalmente. Una buena nutrición es el combustible indispensable para el crecimiento y el desarrollo, particularmente en los 1000 días; es el acelerante de un buen comienzo en la vida. Mientras crecen en el vientre, los bebés reciben todos los nutrientes de su madre. Si ella carece de las vitaminas y los minerales clave en su dieta para su propia salud, así también su bebé. Para los niños, la leche materna proporciona un abanico de micronutrientes vitales y una temprana inmunización contra enfermedades que ayuda a fortalecer el cuerpo. Cuando comienza la alimentación complementaria, por lo general alrededor de los seis meses de edad, los alimentos saludables aseguran el crecimiento continuo y el desarrollo del cerebro. Los alimentos introducidos en este periodo moldean también las relaciones de por vida que tendrá el niño con la comida y la reacción del cuerpo a la misma. Cualquier carencia prolongada de alimentos o carencia persistente de micronutrientes vitales como hierro, zinc, yodo y vitamina A en los 1000 días puede causar un retraso en el crecimiento y desarrollo, a veces de modo irreversible. También pueden causarlo episodios repetidos de diarrea que se llevan los nutrientes del cuerpo, o una infección intestinal de parásitos que impiden que el cuerpo absorba los minerales y las vitaminas que necesita haciendo que el agua limpia, una higiene adecuada, saneamiento adecuado, y acceso al cuidado básico de la salud sean compañeros vitales de una buena nutrición.

Por muy obvio y trillado que todo esto pudiera parecer a las personas educadas en las sociedades más ricas, tanto el conocimiento como su práctica siguen siendo revolucionarios en muchos lugares de nuestro mundo actualmente, ya sea África, Asia o las Américas. Los mensajes sensatos de Susan y Patricia rara vez se escuchan, e incluso mucho menos se ponen en práctica. Mientras el mundo hacía un gran progreso en un frente, reduciendo el índice de mortalidad entre niños menores de cinco años en un 50% entre 1990 y 2012, gracias principalmente al amplio despliegue de vacunas, redes antimalaria sobre las camas y otras innovaciones de salud, el índice de mortalidad neonatal (muertes en el primer mes después del nacimiento) descendió de forma menos drástica, solo aproximadamente un tercio en el mismo periodo. Como resultado de una falta de atención en los 1000 días, las muertes de recién nacidos alcanzaron la impactante cifra del 44% de la mortalidad total entre los niños menores de cinco años en 2012 (eso supone casi tres millones de bebés cada año), y representó una mayor proporción de muertes de menores de cinco años actualmente que en 1990, según el UNICEF (Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia). Y casi trescientas mil madres mueren cada año mientras dan a luz. Casi todas estas muertes, bebé y madre, se deben a causas prevenibles, refiriéndonos a prevenibles en los sectores más ricos del mundo.

El periodo de 1000 días siempre ha existido, por supuesto, pero nunca ha sido el centro de atención en la política pública. Organizaciones de desarrollo y salud del mundo, por lo general, se han fijado en la edad de cinco años y en la escuela primaria como las dianas de conteo para la intervención. Conseguir que los niños vayan a la escuela (educación primaria universal) ha sido desde hace mucho tiempo el santo grial del desarrollo

Genre:

  • "A menudo, a la desnutrición la llaman una emergencia silenciosa... Roger Thurow hace que los lectores se sienten y presten atención".—Melinda Gates, copresidenta, Bill & MelindaGates Foundation
  • "Este libro representa uno de los temas más importantes de nuestros tiempos... Roger Thurow se merece el premio Pulitzer por su reportaje tan completo y por sus palabras tan sumamente poderosas".—Dra. Elsa A. Murano, The Borlaug Institute forInternational Agriculture, Texas A&M University
  • "Poderoso e importante".—Nicholas Kristof, New York Times
  • "Las historias son reveladoras... Hay una razón para leer el libro: en realidad está lleno de esperanza".—Allison Aubrey, corresponsal para NPR, NPR.ORG

On Sale
Aug 14, 2018
Page Count
400 pages
Publisher
PublicAffairs
ISBN-13
9781541730281

Roger Thurow

About the Author

Roger Thurow is a senior fellow for global agriculture and food policy at the Chicago Council on Global Affairs. He was a reporter at the Wall Street Journal for thirty years. He is, with Scott Kilman, the author of Enough: Why the World’s Poorest Starve in an Age of Plenty, which won the Harry Chapin WhyHunger award and was a finalist for the Dayton Literary Peace Prize and for the New York Public Library Helen Bernstein Book Award; and the author of The Last Hunger Season. He is a 2009 recipient of the Action Against Hunger Humanitarian Award. A long time Chicagoan, he now lives near Washington, DC.

Learn more about this author