IQ

Contributors

By Joe Ide

Formats and Prices

Price

$39.00

Price

$49.00 CAD

This item is a preorder. Your payment method will be charged immediately, and the product is expected to ship on or around October 18, 2016. This date is subject to change due to shipping delays beyond our control.

A resident of one of LA’s toughest neighborhoods uses his blistering intellect to solve the crimes the LAPD ignores.

East Long Beach. The LAPD is barely keeping up with the neighborhood’s high crime rate. Murders go unsolved, lost children unrecovered. But someone from the neighborhood has taken it upon himself to help solve the cases the police can’t or won’t touch.

They call him IQ. He’s a loner and a high school dropout, his unassuming nature disguising a relentless determination and a fierce intelligence. He charges his clients whatever they can afford, which might be a set of tires or a homemade casserole. To get by, he’s forced to take on clients that can pay.

This time, it’s a rap mogul whose life is in danger. As Isaiah investigates, he encounters a vengeful ex-wife, a crew of notorious cutthroats, a monstrous attack dog, and a hit man who even other hit men say is a lunatic. The deeper Isaiah digs, the more far reaching and dangerous the case becomes.

Excerpt

Joe Ide

IQ

Traducido del inglés por Eduardo Hojman




Índice

Prólogo

Sin licencia y en la clandestinidad

Todo

¿Y mi sándwich, zorra?

El Hombre Hacha

Allí es donde se encuentran los mejores sueños

Síndrome del quemado

Matar sin previo aviso

Jiffy Lube

Criados para la pelea

Pet City

Lucky

Adiós adiós adiós

¿Sois vosotros?

Puedes hacer funcionar cualquier cosa

Cuando avancemos sobre nuestros enemigos

No pienso hacerlo

Muere, perra

El infiltrado

Una condenada bala

R.I.P.

Epílogo

Agradecimientos

Créditos




Para mamá, papá, Bea y Harry




Salvarte es lo único que me traerá paz por todo el mal que he cometido. Esa es mi verdad.

JILLIAN PEERY, Tiger Lily




Prólogo

BOYD APARCÓ SU CAMIONETA enfrente de la escuela y esperó a que sonara la campana. Había casi treinta y tres grados afuera y dentro de la cabina el aire estaba tan quieto y asfixiante como el de una tumba cerrada. La gorra de pescar de Boyd estaba oscura de sudor; tenía la cara surcada de gotas que se le metían en los ojos y le hacían arder las partes quemadas por el sol. Para aliviarse un poco, agitó el cuello de su camiseta y la axila despidió una nube de vapor tan hediondo que le hizo reír.

Había pasado horas en la bañera, semisumergido en el agua gris y tibia, viéndose a sí mismo haciéndolo de una manera y luego de otra. Por Dios, qué ESTUPIDEZ, piensa en algo diferente, Boyd, vamos, VAMOSSSS, por Dios, no seas tan ESTÚPIDO.

Cuando se rompió un diente delantero, estuvo a punto de cancelarlo todo. Sucedió en la cocina, mientras intentaba fabricar cloroformo. Ese producto no se podía comprar a menos que uno fuera médico o un laboratorio, pero había encontrado una receta en internet: acetona y químicos para piscinas. Combinar ambas sustancias le resultó bastante fácil pero inhaló demasiado vapor, se desvaneció y se golpeó el diente contra el fregadero cuando se deslizó hacia el suelo.

Más tarde, después de que se le pasara el mareo, comió un poco de helado Chunky Monkey para aliviar las encías ensangrentadas y se preguntó qué haría si la chica no se asustaba, se reía de él o pensaba que era una broma. Pensó en ir al dentista pero la necesidad era una gigantesca lombriz solitaria que se retorcía en sus entrañas, frustrada, hambrienta y ciega. Iba por la mitad de su segunda tarrina de Chunky cuando empezó a sentirse enfadado. ¿Y qué si le faltaba un diente? Ya tenía un aspecto raro. Su boca era una línea ondulada en una cara grande y redonda, los otros dientes eran irregulares y tenían manchas de café; los ojos, negros como botones, estaban demasiado separados. El resto de su cuerpo tenía la forma de un huevo.

Cuando tenía once años, una niña salvaje cuyo nombre era Yolanda lo llamó Puto Humpty Dumpty mientras ella y sus amigas del equipo de fútbol lo patearon con sus zapatillas deportivas hasta que las piernas le quedaron cubiertas de moratones verdes y morados. Yolanda le había advertido de que no dijera Holaaa, Yolanda, pero él lo hizo de todas maneras. Era una suerte de marca de fábrica, algo que hacía a pesar de que sabía que irritaba a la gente. Holaaa, Ernesto. Holaaa, Laquisha. Holaaa, señor Bleakerman.

Boyd seguía irritando a la gente. En las noches de torneos se quedaba en la línea contemplando los bolos como si estuviera tratando de recordar qué eran mientras todo el equipo gemía y gritaba Boyd, y Nick le decía que se diera prisa, gilipollas. Cuando por fin lanzaba la bola, la soltaba de la mano demasiado tarde, de modo que volaba en el aire y rebotaba contra la pista, para después caer en la canaleta o arrastrar el sexto bolo. Entonces gritaba MIEERDA y volvía a su sitio golpeando los pies, con los puños apretados a los lados, murmurando Venga, Boyd, VENNNNGGA, como si lo único que tuviera que hacer fuera soportarlo, mientras Nick le decía: ¿A qué apuntabas, jodido imbécil, al puto cielo? Eso siempre hacía reír a los otros.

Sonó la campana. Boyd golpeteó el volante como si fuera un bongó y observó a los niños que salían del edificio, arrastrando mochilas, clavando los dedos en sus teléfonos, molestándose entre sí, chillando como monos. ¡Akeem! ¡Ven aquí, tío! ¡Oh, Dios mío, qué fuerte! Mándame un mensaje, ¿vale? ¡No lo olvides! La energía que desprendían primero le resultó excitante pero luego lo irritó y le puso triste. Ninguna de las niñas cumplía con los requisitos. Eran demasiado mayores o demasiado corpulentas o parecían demasiado adultas. Venga, VENNGA, tiene que haber ALGUIEN. Y entonces la vio. Bonita y delgada, con el pelo recogido en una larga trenza que le llegaba más abajo de la cintura, una risa como el sonido del viento en la galería abierta de su abuela, rodeada de chicos que se peleaban a golpes para conseguir su atención.

Alguien la llamó.

—¡Carmela! ¡Carmela! Nos vamos, ¿vale?

Se llamaba Carmela.

Boyd regresó a su apartamento de mierda y tomó un baño. Flotó en el agua como un cadáver e imaginó el pánico en los ojos de ella cuando despertara en la oscuridad y sintiera la cinta adhesiva estirada sobre la boca y oyera la respiración caliente de Boyd silbando a través del espacio que antes ocupaba el diente y viera esos negros ojos de botón, despiadados y relucientes.

Holaaa, Carmela.




Capítulo uno

Sin licencia y en la clandestinidad

Julio de 2013

LA CHOZA DE ISAIAH tenía el mismo aspecto que todas las otras casas de la manzana salvo por el hecho de que el césped estaba cortado, la pintura era nueva y la entrada era un poco inusual. La reja de seguridad estaba hecha con la misma malla de uso industrial que utilizaban en la comisaría de Long Beach para mantener encerrados a los adictos al crack y a los ladrones de bancos. La puerta delantera estaba cubierta con una gruesa pátina color nogal pero debajo había un núcleo de acero de calibre veinte dentro de un marco de acero laminado en frío con una cerradura de Alta Seguridad Medeco Maxum de Doble Cilindro a prueba de ganzúas, a prueba de golpes y a prueba de taladros. Se necesitaban varias herramientas eléctricas potentes para atravesar todo aquello, e incluso si lo lograbas no había forma de saber en qué te estabas metiendo. Según los rumores, estaba infestado de bombas. Había un Audi S4 de ocho años de antigüedad pero en perfecto estado aparcado en la entrada para coches. Era un coche pequeño y sencillo color gris oscuro con un gran motor V8 y suspensión deportiva. Los niños del barrio siempre le gritaban a Isaiah que lo tuneara un poco.

Isaiah estaba en la sala, leyendo e-mails en el MacBook y bebiendo el segundo expreso, cuando oyó que se disparaba la alarma del coche. Cogió el bastón extensible de la mesa de centro, se dirigió hacia la puerta delantera y la abrió. Deronda estaba apoyando su tremendo culazo de primer nivel en el capó, asfixiando un faro delantero y parte de la parrilla. No era exactamente una de esas Chicas Corpulentas pero se acercaba bastante con sus pantalones cortos de hombre y su top tipo tubo rosado dos tallas más pequeño. Hacía como que estaba enfurruñada; suspiraba y volvía a suspirar al tiempo que miraba con el ceño fruncido esas cosas brillantes que tenía en las uñas color azul hielo. Isaiah desactivó la alarma al tiempo que con una mano se cubría los ojos del resplandor de la tarde.

—No, no me olvidé de tu número de teléfono —dijo— y no pensaba llamarte.

—¿Nunca? —dijo Deronda.

—Estás buscando a un papi y sabes que no soy yo.

—Tú no sabes qué estoy buscando, y aunque lo supieras no serías tú. —Salvo que sí era cierto que estaba buscando a alguien que pagara algunas de sus facturas e Isaiah sería perfecto para ello. Sí, vale, él la ponía nerviosa, ponía nerviosos a todos, cuando te observaba como si supiera que estabas fingiendo y quisiera saber por qué. Tenía un aspecto normal, no era feo, pero prácticamente no notarías su presencia en una disco o en una fiesta. Un metro ochenta, flaco como un riel, sin cadenas, sin pendientes en las orejas, un reloj del color de una sartén de aluminio, y si tenía algún tatuaje no estaba en ningún sitio en el que ella pudiera verlo. La última vez que se lo había cruzado estaba vestido con lo mismo que ahora: una camisa celeste de manga corta, vaqueros y zapatos Timberland. Sus ojos le gustaban. Tenían forma de almendra y pestañas largas, como los de una chica. —¿No vas a invitarme a pasar? —dijo—. Vine caminando desde la casa de mi mamá.

—Deja de mentir —respondió él—. De donde sea que hayas venido, no lo has hecho caminando.

—¿Cómo lo sabes?

—Tu mamá vive al otro lado de Magnolia. ¿Estás diciéndome que has caminado más de once kilómetros con este calor, en sandalias y con esos juanetes que tienes en los pies? Te ha traído Teesha.

—Te crees muy listo. Podría haberme traído cualquiera.

—Tu mamá está trabajando, Nona está trabajando, Ira todavía tiene la escayola en la pierna y DeShawn perdió el carné por conducir borracho. Vi su coche en el depósito municipal, el Nissan blanco, con la parte delantera abollada. No queda nadie en tu mundo excepto Teesha.

—Que Ira tenga una escayola en la pierna no quiere decir que no pueda conducir.

Isaiah se apoyó contra el marco de la puerta.

—Me pareció oírte decir que habías venido caminando.

—Sí que caminé —replicó Deronda—, solo que, ya sabes, una parte del trayecto, y luego vino alguien y yo... —Deronda se deslizó del capó y clavó los pies en el suelo. —¡Maldita sea, Isaiah! —dijo—. ¿Por qué siempre tienes que joder a la gente? He venido en plan sociable, ¿de acuerdo? ¿Qué demonios importa cómo haya llegado hasta aquí?

No tenía ninguna importancia pero él no podía evitar ver lo que veía. Cosas diferentes o cosas que no estaban bien o que no estaban en su sitio o que sí estaban en su sitio cuando no deberían estarlo o no sincronizadas con las palabras que las acompañaban.

—¿Y bien? —dijo Deronda—. ¿Vas a obligarme a quedarme aquí de pie hasta que me dé una insolación o me vas a invitar a pasar y prepararme un trago? Nunca se sabe, tal vez pase algo bueno.

Deronda se miró el tobillo y lo giró hacia un lado y hacia el otro como si tuviera algo pegado, preguntándose, probablemente, dónde estaban posados los ojos de Isaiah. En su muslo chocolate oscuro que resplandecía bajo el sol californiano o en sus tetas chocolate oscuro que hacían todo lo que podían para escapar de aquel top tipo tubo. Isaiah apartó la mirada; le incomodaba tener que decidir qué ocurriría a continuación. Ella no era su tipo; tampoco es que lo tuviera. La mayor parte de su vida amorosa consistía en sexo por curiosidad. Alguna chica intrigada por aquel hermano discreto que era tan listo que se decía de él que daba miedo. Hacía bastante tiempo que aquello no ocurría. Abrió la reja.

—Bueno, pasa, pues —dijo.

ISAIAH ESTABA SENTADO EN EL SILLÓN releyendo sus e-mails. Tenía la esperanza de haberse saltado algo. Necesitaba algún caso de los que se cobraban pero no había nada que se acercara a eso.

Hola señor Quintabe

Soy amigo de Benito. Él dice que usted es de confianza. Un hombre de mi trabajo dice que me va a chantajear. Dice que si no le doy dinero, le dirá a Inmigración que no tengo papeles. Mi hijo no puede quedarse sin su escuela. ¿Puede hacer algo para ayudarme?

Estimado señor Quintabe

Anoche, cuando estaba durmiendo en mi cama, viene un hombre y me manosea las partes íntimas. Esto lo sé con seguridad porque por la mañana tengo el camisón todo arrugado y una sensación rara allí abajo. Por favor, no se lo diga a nadie porque ya se han burlado de mis sospechas antes. ¿Puede venir el domingo después de misa?

Isaiah no tenía un sitio en internet, una página de Facebook ni una cuenta de Twitter pero la gente lo encontraba de todas maneras. Su prioridad eran los casos locales en los que la policía no podía o no quería implicarse. Tenía más trabajo del que podía aceptar, pero muchos de sus clientes pagaban sus servicios con un pastel de boniato o limpiándole el jardín o con una flamante llanta radial, y eso cuando le pagaban. Un cliente que pudiera abonarle su tarifa diaria le proporcionaría ingresos suficientes para mantenerse y para contribuir al pago de los gastos de Flaco.

—Maldita sea —dijo Deronda mientras miraba dentro de la nevera, donde había agua Fiji y zumo de arándanos—. ¿No tienes nada de beber?

—Solo lo que hay ahí —respondió Isaiah desde la sala.

Tampoco había nada que picar. Deronda podría haber improvisado algo si supiera alguna receta a base de yogur natural, algunas ciruelas, una bolsa de frutos secos sin nada de M&M, pan I Can't Believe It's Not Butter! con semillas de girasol pegadas en los lados y huevos de gallinas no enjauladas, lo que mierda fuera aquello. Sobre la encimera había una máquina complicada. Acero inoxidable, grande como un microondas, con perillas y botones y un grifo doble encima de una rejilla, como una expendedora de refrescos. Sobre la rejilla había una diminuta taza de café y una jarrita metálica.

—¿Esta es tu máquina de café? —preguntó ella.

—Expreso.

—Necesitas una taza más grande.

Isaiah siguió leyendo los e-mails y trató de no pensar en Deronda, madura y jugosa como una de aquellas ciruelas. Se esforzó por mantener cerrada la cremallera de sus Diesel. No era una decisión fácil. Si tuviera sexo con ella, una noche llegaría a su casa y se encontraría con el hijo de tres años de Deronda destrozándolo todo mientras ella miraba Idol en la tele y se comía los últimos pedacitos de Alejandro después de haberlo frito hasta que quedara bien dorado. Cuando le dijo a Deronda que se dejara la ropa puesta, ella quedó menos desilusionada que sorprendida.

—No sabes lo que te pierdes —dijo—. Te haría algunas cosas muy locas.

Estimado señor Quintabe

Mi hija lleva dos semanas sin volver a casa. Creo que se fue con un hombre llamado Olen Waters que es demasiado viejo para ella. Hay que recuperarla antes de que sea tarde. ¿Podría ir a buscarla por favor? No puedo pagar mucho.

Estimado señor Quintabe

Hace dos meses mataron a mi hermoso hijo Jerome en su propia cama. La policía dice que no tiene pruebas suficientes para hacer un arresto a pesar de que todos saben que fue su esposa, Claudia, la que tiró del gatillo. Deseo contratarlo, señor Quintabe. Quiero que se haga justicia con esa perra.

La sala estaba fresca y oscura; a través de los barrotes antirrobo entraban tenues franjas de luz de sol y sombra, y el lugar estaba tan limpio que ni siquiera había motas de polvo en el aire. Isaiah no levantó la mirada cuando Deronda salió descalza de la cocina y cruzó el reluciente suelo de cemento. Había quedado distinto de lo que él había previsto pero le gustaba. Siluetas sin forma, grises y verdes, como un mapa por satélite de la jungla tropical. Deronda se dejó caer sobre el sofá que estaba opuesto al suyo y puso los pies encima de la mesa de centro. Sobre el cristal estaban las llaves del coche, una gorra de Harvard y el bastón extensible.

Deronda divisó una caja negra debajo de la mesa.

—¿Qué es eso? —preguntó, como si sospechara que se trataba de una bomba.

—Un subwoofer y quita los pies de la mesa.

—¿Quién fue a Harvard?

—Nadie.

—¿Puedo ver la tele?

—¿Acaso ves alguna tele?

—¿No tienes una PlayStation?

—No, no tengo una PlayStation.

—Te hacen falta más muebles.

Además del sofá y el sillón, ambos de cuero y color borgoña, estaba la mesa de centro, de cromo y cristal, una otomana de mimbre laqueado, una mesa lateral de cerezo y una lámpara para leer de cuello largo que parecía una antigüedad. Eso era todo, salvo que añadieras la biblioteca que iba desde el suelo hasta el techo y ocupaba toda una pared. Había una colección enorme de elepés y cedés alineados perfectamente, como un código de barras, y un complejo equipo estéreo; el saxo de Coltrane rebuznaba desde los altavoces, enfadado y ronco.

—¿Puedo poner otro disco? —dijo Deronda, haciendo un gesto de dolor como si estuviera escuchando el camión de la basura.

—No.

Isaiah mantuvo la cabeza gacha y leyó otro e-mail. Deronda había venido a pedirle algo. Él se había dado cuenta en el momento en que la dejó pasar, cuando ella lo miró como si un papito no fuera lo único que necesitaba. Al declinar el sexo le había desbaratado su oportunidad. Él podía oír cómo sus nalgas chirriaban en el sofá cuando se retorcía tratando de encontrar el momento adecuado. Tal vez si se mantenía el tiempo suficiente sin prestarle atención, ella se daría por vencida.

—¿Puedo pedirte algo? —dijo ella.

—No.

—¿Sería posible que tú, ya sabes, me conectaras?

—¿Te conectara con quién?

—Blasé. Tú eres muy amigo de él, y todo eso. —Ella esperó un momento y luego dijo—: IQ.

HABÍA APARECIDO UN ARTÍCULO en la revista The Scene titulado:

IQ
ISAIAH QUINTABE NO TIENE LICENCIA Y OPERA
EN LA CLANDESTINIDAD

El artículo relataba unos cuantos casos que habían tenido lugar en el vecindario pero el que había llegado a los periódicos sensacionalistas había sido el más sencillo de resolver. Estaba relacionado con Blasé, el cantante de rhythm & blues. Durante una fiesta alguien le había robado su cámara, que contenía un vídeo de él inclinado sobre una tabla de planchar mientras el teclista de sus conciertos en directo lo embestía por detrás. Si la cinta salía a la luz, sería más que un escándalo. Blasé se promocionaba como un símbolo del sexo heterosexual. En la cubierta de su último álbum, Can I Witness to Your Thickness1, se veía a Blasé en tanga y con alzacuello dirigiendo un coro compuesto por tres mujeres con pelucas de rubia loca y batas cortas de corista, cuyos traseros abultaban como si tuvieran bebés allí metidos. Blasé recibió una nota que decía: Pronto recibirás mis demandas. Obedécelas o tus transgresiones serán reveladas y tu carrera estará acabada.

—El lenguaje —dijo Isaiah—. Tus transgresiones serán reveladas. Es bíblico. ¿Alguno de tus invitados era religioso?

—Por todos los cielos, no —respondió Blasé. Respiró profundo—. Pero mi madre sí lo es.

La madre de Blasé era una bautista fundamentalista de un pequeño pueblo de Georgia. Cuando Isaiah la encaró, ella le dijo que pensaba usar la cámara de Blasé para hacer un vídeo del rosal y se encontró con la sorpresa de su vida. Después de reposar y de beber té de raíz de valeriana, decidió extorsionar a su hijo para que abandonase esa vida de pecado y perversión.

—Yo soy lo que soy, madre —dijo Blasé—. Pero si yo no puedo aceptarme a mí mismo, no hay motivo para que tú lo hagas.

Blasé estaba agradecido a Isaiah por haberle impulsado a llegar a ese momento, pero Isaiah no sabía qué había hecho más allá de leer una nota. Blasé salió del armario en The Shonda Simmons Show. La revelación perjudicó las ventas de sus discos pero la gente que sí los compró también compró la cinta con el vídeo sexual disponible en internet por 39,95 dólares y la mitad de los beneficios se destinaron a la iglesia de su madre.

—NECESITO QUE BLASÉ me ayude con mi carrera —dijo Deronda—. Puede que sea gay pero es una celebridad y lo único que necesito es que alguien me dé un empujón. Me refiero a que una vez que esté circulando en ese nivel superior y los que mandan puedan comprobar mi estilo de cerca y personalmente, ¿sabes?, voy directa al éxito.

Isaiah sentía que Deronda lo miraba, esperando que dijera que es solo cuestión de tiempo o no te rindas o alguna tontería similar, pero él mantenía los ojos pegados al MacBook. Deronda se enfurruñó, esta vez sin fingir.

—Debería haberme marchado de aquí hace mucho tiempo; yo tengo fibra de estrella —dijo—. Soy una nueva promesa, ¿entiendes? ¡Yo he nacido para ser una celebridad! Todos los reflectores deberían estar apuntándome a mí.

—¿Todos los reflectores apuntándote a ti? ¿Para qué? —preguntó Isaiah.

—¿Qué quieres decir con eso? El trasero de la chica Kardashian podría caber dentro del mío y tú me vienes con «para qué». ¿Sabes que ella ganó treinta millones el año pasado?

Isaiah conocía a otras chicas que sentían lo mismo. Que, por alguna razón, creían que un trasero grande equivalía a poseer alguna propiedad inmobiliaria o a tener un título universitario, algo que se podía poner en una solicitud de empleo.

Alejandro salió del vestíbulo contoneándose, dando picotazos, haciendo soniditos pa-pa-pa y mirando a Deronda con ojos saltones. Alarmada, Deronda levantó los pies del suelo.

—¿Permites que esa cosa ande por aquí? —dijo.

—Déjalo en paz y él te dejará en paz a ti—respondió Isaiah.

La señora Márquez le había dado como pago a Alejandro junto con una receta de arroz con pollo. A Isaiah no le gustaba limpiar la mierda de gallina pero en ese suelo no se quedaba pegada ni una mancha y le hacía sentir mal dejar al ave todo el día en el garaje. La otra mañana se había olvidado de cerrar la puerta del dormitorio y Alejandro se había posado sobre la barra del armario y le había cagado toda la ropa.

—Venga, Isaiah, ayúdame —dijo Deronda—. Lo único que necesito es un empujón.

—Yo no doy empujones.

—Te equivocas, Isaiah.

—Me equivoco todos los días —respondió Isaiah. Cerró el portátil, cogió las llaves del coche y el bastón extensible, se puso la gorra de Harvard y se incorporó.

—¿Me llevas a algún lado? —dijo Deronda.

—Ajá. Te llevo a tu casa.

BOYD APARCÓ SU CAMIONETA en el mismo sitio del día anterior. Estaba realmente nervioso pero se sentía preparado. Tenía todo lo que necesitaba en el bolso de bolos verde lagarto que estaba en el asiento contiguo. Cinta adhesiva, guantes de goma y un cuchillo para deshuesar lo bastante afilado como para cortar lonchas transparentes de un tomate blando. Dentro del bolso también había una esponja azul grande y una botella de agua llena de cloroformo casero.

Boyd trabajaba en F&S Marine, una distribuidora de suministros marinos fabricados en China. El edificio, que era un bloque de cemento, se encontraba en una lóbrega zona industrial colindante con un depósito a cielo abierto donde se amontonaban tanques de propano y un almacén sin nombre con alambres de púas en la parte superior de la valla. Más allá corría el río Los Ángeles, una amplia y verde línea divisoria de aguas que atravesaba el área este de Long Beach y desembocaba en el puerto.

Nick Bangkowski, el superior de Boyd en F&S, tenía el pelo de punta y usaba camisas hawaianas muy ceñidas que se estiraban por encima de su circunferencia cada vez mayor. Cinco años atrás, los San Diego Chargers habían fichado a Nick en la segunda ronda. Había exhibido un gran rendimiento durante su paso por el campo de adiestramiento y era un firme candidato para apoyador principal, pero una semana antes del primer partido de pretemporada se reventó un ligamento cruzado anterior cuando estaba descendiendo del autobús del equipo.

Genre:

  • Winner of the Anthony, Macavity, and Shamus Awards

Nominated for the Edgar Award for Best First Novel

One of the Best Books of the Year - The New York Times, The Washington Post, The Guardian, Amazon, Suspense Magazine

  • "The start of a brand-new comedic crime franchise with a bright future. . . . Aggressively entertaining plotting is paired with the kind of dialogue for which readers love Don Winslow. This series is a Los Angeles classic right from the start."—Janet Maslin, The New York Times
  • "One of the most original thrillers of the year . . . [A] sometimes scary, often whimsical, off-the-wall delight . . . It's a mad world that late-blooming Joe Ide has brought forth from his past, a spicy mix of urban horror, youthful striving and show-business absurdity. His IQ is an original and welcome creation."—Patrick Anderson, Washington Post
  • "Wonderfully quirky . . . Exhilarating language and [an] oddball cast . . . A total laff-riot"—Marilyn Stasio, New York Times Book Review
  • "A crackling page-turner of a debut"—Entertainment Weekly
  • "Joe Ide introduces one of the coolest investigators working the mean streets of Los Angeles. . . . Ide emulates Walter Mosley, that great chronicler of South Central Los Angeles via the Easy Rawlins novels. That's some serious company with whom to be traveling."—Lloyd Sachs, Chicago Tribune
  • "This debut novel is going to splash the name Joe Ide across the crowded map of crime fiction and commercial fiction in general. Because it's that good, it's that unusual... Do your stretch of holiday reading time a favor by reading this hilarious and harrowing, starkly modern, strikingly American, inner-city sort of oblique homage to the adventures of Sherlock Holmes and Dr. Watson... It's one hell of a thrilling read."—Austin Chronicle
  • "I don't know how fast Joe Ide writes, but from now on he'll have to write faster. Everyone who reads IQ will be clamoring for the next book, and for the one after that. This is one of the most intriguing--and appealing--detective characters to come along in years."—Carl Hiaasen
  • "A few things I love about this... [IQ is] rooted in his community in a way that his inspiration never was...IQ is a small story in the way the best of Conan Doyle's were.... It's a detective story that plays out very close to home, on the streets and corners that Ide (who grew up in South Central) knows best. And Isaiah fits into those streets like they were made for him. A consulting detective for a time and a place that needs one."—Jason Sheehan, NPR
  • "IQ delivers a moving, yet action-packed plot that never disappoints as it looks at rap music, a community and a young man trying to find his place in the world... The brisk plot of IQ is balanced by the intriguing character of Isaiah, experienced in the ways of the world but with intelligence that makes him anything but naive.... Ide's storytelling skills don't waver."
    The Associated Press
  • "There's lots of profanity, enormous lethal dogs, and rippling dialogue in this debut of what will hopefully become a series."—Dayton Daily News
  • "With its fast-paced plots, energetic style, and vivid evocation of place, Ide's series both challenges and celebrates popular ideas of California."—CrimeReads
  • "One of the most energetic voices in mystery...Ide has also been drilling down to make more intimate, personally powerful stories. There's a dash of Conan Doyle, a dash of Elmore Leonard, and a whole lot of Los Angeles Noir ambience mixed in with this series, which is earning fans by the droves and has Ide set up for what we hope will be a long career in crime."—CrimeReads, The Rising Stars of Crime Fiction in the 2010s
  • "There are debuts that are talked about for a good long time after they come out; this is one of those books...IQ is a truly impressive character who could easily grow a huge fan base and be around just as long as that much beloved Sherlock Holmes."—Suspense
  • "Joe Ide. Remember that name. . . . Mystery aficionados will remember it as the breakout debut of a major new voice in the suspense genre."—BookPage
  • "[Ide] does here what few first novelists can manage: dexterously juggling multiple styles and tones to create a seamless, utterly entertaining blend of coming-of-age saga, old-school detective story, and comic-caper novel. . . . This is one of those rare debuts that leaves us panting for more--and soon."—Booklist (starred review)
  • "In his debut novel, Ide, a Japanese-American who grew up in the same neighborhood as his mercurial characters, flashes agility with streetwise lingo, facility with local color, and empathy with even the most dissolute of his characters... the roughhousing energy, vivid language, and serrated wit Ide displays throughout this maiden effort make Isiah Quintabe seem a potential rejuvenator of a grand literary tradition. The present day, with its high-strung social media and emotional overload, could use a contemporary hero like Ide's, more inclined to use his brain than his mouth (or fists) to vanquish evil and subdue dread."—Kirkus
  • "This L.A. crime story offers a gripping plot, an unconventional hero, and a huge heart... I expect to see a film or a series and I hope Ide is as prolific as his fellow L.A. crime novelist Connelly because I eagerly await his next book."—The San Bernadino Sun
  • "Joe Ide is the best new writer I've encountered in recent years. IQ is a terrific book with an unexpected story, whose lead character has great potential for a series."

  • John Sandford, author of Extreme Prey
  • "Joe Ide is a bad man: IQ is so hellaciously entertaining, deeply moving, and electrifyingly alive that you'll want to read it twice."—Lou Berney, author of the Edgar Award-winning Long and Faraway Gone
  • "Ide successfully makes his detective's brilliance plausible in this gripping and moving debut."—Publishers Weekly
  • "Joe Ide has got all the pre-requisites of a great mystery writer: an acerbic wit, a craftsman's mastery of pace, and a clear-eyed but big-hearted view of humankind. His humble and low-key hero, a P.I. named IQ, is a joy to spend time with, and once you've hung out in this Los Angeles of two-bit thugs, half-baked capers, and big scary dogs, you'll be as excited as I am for a sequel."—Ben Winters, author of Underground Airlines
  • "Isaiah Quintabe--known as I.Q.--is an unconventional unlicensed, underground detective solving problems for the disenfranchised people of Los Angeles, and Joe Ide's superb novel--IQ--is the one of the freshest and liveliest crime novels I have read in years. His debut heralds an exciting new voice in American crime fiction."—Adrian McKinty, author of Gun Street Girl
  • "With its street poetics and truer-than-life characters, this beautifully spun first novel is gonna blow through the crime fiction world like a fire hose-blast of fresh air. Joe Ide has that rarest of writerly skills--a wholly unique voice, one that is at once irreverent and compelling, moving and incisive. IQ will become a reader favorite. It will get glowing reviews. It will be nominated for awards. Let me save you waiting around for the word of mouth to reach you--buy this book now."—Gregg Hurwitz, author of the New York Times bestselling Orphan X
  • "Joe Ide's IQ is a wondrous double-helix of mean-street savvy entwined with classical detection, like Conan Doyle as channeled through Martin Scorsese. It's a terrific book."—Stephen Hunter, author of G-MAN
  • On Sale
    Oct 18, 2016
    Page Count
    336 pages
    Publisher
    Mulholland Books
    ISBN-13
    9780316267724

    Joe Ide

    About the Author

    Joe Ide grew up in South Central Los Angeles and currently lives in Santa Monica, California. His IQ series has won the Anthony, Shamus and Macavity Awards, and been nominated for the Edgar, Barry, CWA New Blood Dagger and Strand Book Critics Awards. The IQ books are currently in development as an original TV series.

    Learn more about this author